Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Aquel tamborileo

Tarabust, Daniela Fiorentino, Carlos Peláez
La no-palabra busca la palabra. La no-palabra es un tamborileo. Es sonoridades, balbuceos  y juegos musicales. De ese rumor asemántico previo al lenguaje se ocupa Tarabust, un espectáculo bellamente inusual de Daniela Fiorentino y Carlos Peláez.
Una escena oscura, una pequeña puerta, a la medida de Eso, un muñeco animado. ¿La puerta a la palabra? Títere antropomórfico, pero definitivamente un títere, cabeza grande, cejas gruesas, carita zurcida, orejitas curiosamente animaloides sobre su cabellera roja. Sólo los zapatitos, los zapatitos se pretenden zapatos de nene. Blancos, de vestir.
Sus padres grises, cuerpos rígidos, palabras repetitivas son los portadores del mandato. Eso se resiste a nombrar, a ingresar en el mundo codificado que lo espera. Ese mundo de palabras gastadas por generaciones anteriores. Para la familia convencional, ese laboratorio de ensayo para la vida burguesa, los niños no tienen nada importante para decir. Sólo les resta ingresar a los sentidos ya construidos del discurso adulto. Hablar la voz de otros.
Esta pieza singularísima rehuye un relato tradicional. Rompe el discurso para cuestionar el discurso. Y, al hacerlo, pone en escena el universo inquietante de los miedos infantiles, los murmullos de los fantasmas, la ausencia del habla. La in-fancia del hombre al decir de Giorgio Agamben. Esa coexistencia entre la no-palabra y la palabra en lo que tiene de inefable.
Cabezas de animales penden de las paredes a modo de trofeos. Lo animal violentado, conquistado. Son elementos de transformación, máscaras-cabezas que se colocan los padres y sus cuerpos se curvan, la voz se transforma. Son otros, un burro y un ave. Y entramos en un mundo de fábula. Ese donde los hombres callan y hablan los animales.
De igual modo, de pronto, el niño-títere aparece con una cabeza de flores que le cubre el rostro y se vuelve ambiguo como la poesía. Eso, Burro y Ave comparten acaso el mismo estatuto ontológico. Los padres, en cambio, están en otro registro claramente diferenciado; paródicos en su estereotipia. Al niño que los padres exponen frente al mundo le “faltan algunas palabras”. Hasta que en una situación de peligro articula el lenguaje que lo configura definitivamente como un Yo y puede pedir ayuda. ¿La palabra salva? Pero ¿qué palabra? Definitivamente no la palabra que apresa, no la que emparienta el siniestro forzamiento de la mano derecha. Eso accede a la palabra pero, la cuestiona: los nombres de los colores no son los colores, dirá.
Eso se apropia del lenguaje para subvertirlo, para construir subjetividad: El nombre de mi mano es noche.


Ficha técnico artística:
Intérpretes: Daniela Fiorentino, Carlos Peláez
Diseño y realización de máscaras, títeres y vestuario: Sara Bande
Diseño de luces: Adrián Cintioli
Realización de escenografia: Víctor Salvatore
Mecanismos de títeres: Alejandra Farley
Edición musical: Roberto López
Fotografía: Lihuel Gonzalez
Diseño gráfico: Juan Francisco Reato
Entrenamiento vocal: Magdalena León
Voces de niños: Francisca Marín, León Marín
Asistencia artística: Lucas Marín
Asistencia general y co-dirección: Julia Ibarra
Dirección: Daniela Fiorentino, Carlos Peláez

Obra ganadora del  Premio Artei 2016.  
Pan y Arte Teatro.




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