Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

jueves, 24 de octubre de 2013

Campos de color

 "Creo que el problema no está en ser abstracto 
figurativo.  Lo que hay que hacer es ponerle fin a ese 
silencio y a esa soledad, respirar y extender los brazos 
de nuevo", Mark Rothko

 Untitled, Mark Rothko, 1969
Hay ropas por todas partes, cubriendo el piso, las paredes; ropa colgada. Para llegar a sus asientos, los espectadores deben caminar sobre un tendal  de ropas usadas. Un cuadrilátero tapizado de ropas que conservan gestos de cuerpos ausentes. Estallidos de color, texturas como pinceladas densas, irregulares. Un juego de intensidades compone este espacio abstracto que asalta sensorialmente a los desprevenidos espectadores. Superficies que albergan una interioridad sin nombre.
Cuando empecé a escribir Pueden dejar lo que quieran -sostiene Rubio-  comencé a pensar en la acumulación de ropa y a pensar en un espacio. En la ropa también como un símbolo contenedor y, a partir de esa idea, la posibilidad de construir un espacio, un edificio, una arquitectura que fuera el lugar donde la obra sucediera, donde el espectador anduviera y donde los actores se movieran”. Un universo de telas y color que dicen sin decir.
 Rubio construye un espacio abstracto que dialoga con las formas intrínsecas del relato. “Los espacios que yo construyo en mi imaginación - afirma el teatrista-  son concretos pero totalmente abstractos a la vez”. Un espacio que, tiene que tener -enfatiza- un correlato con la historia, con la palabra en niveles de complejidad estructural. Pero no cualquier palabra. Rubio interviene sobre la palabra y pondera  el silencio como elementos nucleares de  su universo poético.[1]
La  pintura de Mark Rothko  es  una metafísica de la abstracción. Con sus espacios extensos  y bloques de color, vibrantes, me remite de algún modo el espacio creado  por nuestro dramaturgo.
Formas simples, rojas, naranjas, dramáticas en su contundencia. Rectángulos que, lejos de mantener su autonomía, expanden sus límites. Difusos, contaminan el fondo. Un espacio potente. Misterioso. Que conecta a los espectadores con lo humano, individual y colectivo.  
El relato propio entre relatos otros de formas indefinidas, que Rubio plantea en su teatro, evocan el arte de Rothko. Esas figuras geométricas, silenciosas, humanas en su imperfección, que alimentan y son alimentadas por el fondo común donde parecen fundirse.




Fragmento de Las texturas de la memoria, Lydia Di Lello, ponencia presentada  en el reciente IX |Coloquio Internacional de Teatro de Montevideo, sobre la obra-instalación de Fernando Rubio Pueden dejar lo que quieran, ya comentada en este espacio.