Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

lunes, 27 de agosto de 2012

Serie Gambaro. El grito del cuerpo


Cristina Banegas en La señora Macbeth. CCC 2004
En su La Señora Macbeth, Griselda Gambaro sigue la línea argumental del Macbeth shakesperiano pero desvía la mirada hacia la verdadera protagonista de la historia, lady Macbeth quien encarna otra tragedia, la de la mujer del asesino.
Macbeth es una presencia en ausencia. No está. No de cuerpo presente. Pero está siempre ahí a través de su mujer, que es la que le pone cuerpo a su voz. Es el decir masculino de Macbeth el que está detrás de los dichos de la ahora protagonista central. Mera portadora de un discurso, la señora Macbeth es una mujer hablada. Ocupada por las palabras de su marido.
En el universo cerrado de esta mujer se abre una grieta. Su imagen resquebrajada en el espejo le trae  una voz discordante. Una voz ahogada, la de su “yo misma” que pugna por salir. En el juego de tensiones entre la mujer ausente, poseída por las palabras de su marido, y esta “yo misma” que empecinadamente irrumpe, esa voz que desea, pero que no reconoce, su voz extranjera, termina acallada.
Una corona de horquillas que ciñe la frente de la actriz patentiza su disciplinamiento. Y la voz que intenta el desborde se encarna acaso en ese maquillaje que rebasa deliberadamente las comisuras de la boca. Una boca traspasada por el gesto.
En este recorrido por los decires prestados de La señora Macbeth, en este ir desmontando el discurso, llegamos al mayor grado de despojamiento: el “graznido”.
Ronco está el propio cuervo que graznó la fatídica entrada del rey Duncan por debajo de mis murallas…dirá la lady Macbeth canónica. El cuervo emite un graznido y la señora Macbeth gambariana grazna “con un graznido insólito, animal”  cada vez que grita el nombre de su cónyuge.
Esta Macbeth queda reducida a su animalidad. Su grito es pura voz. Es puro cuerpo en la emisión inarticulada de la voz. Su cuerpo amordazado vocifera una sola palabra, un único nombre. El nombre de su marido.

Más en: Di Lello, Lydia. "El lugar del lenguaje en La Señora Macbeth de Griselda Gambaro".  Disponible en Internet: http://www.centrocultural.coop/revista/articulo/57/. ISSN 1851-32

jueves, 16 de agosto de 2012

Serie Cerro. El decapitado


El Cuiscuis, Emeterio Cerro. Ilustración de Luis Pereyra. 1985
Parece la cabeza de un decapitado. Lo artificioso se juega en esta imagen que ilustra el programa de mano de El Cuiscuis de Emeterio Cerro. La misma que figura en el texto teatral al final de la pieza. Espesa cabellera, una cara texturada por pequeñas líneas que proliferan dando volumen a lo que fuera un rostro. O quizás, meramente, una cara de tela cosida. La cabeza de un muñeco que se desprende del cuerpo mutilado, el cuerpo del sacrificio del desafortunado caballero “es-pag-nol” que viene a liberar a su hermana raptada por los jesuitas y termina devorado por los “perros vaticanos”.
Un elemento discontinuo irrumpe en esa superficie inerte. Una boca casi femenina, como maquillada y atravesada por una luz. Un raro brillo que casi desmiente la muerte. Como si el deseo vibrara aún en esos labios. Es que deseo y muerte quedan plasmados, indisolubles, en el momento último del caballero: “…sus cejas tremulantes de deseo se suspenden erectas al infinito…”
La cabeza como suspendida con el mentón y el cuello engrosados con trazos negros. Un negro desmesurado, ominoso. Un ojo abierto, pero caído, opaco, no ve ni deja ver. El otro cerrado. Pestañas fragmentadas, mejillas que semejan tajos y bordes remarcados. En fin, una imagen que incomoda. Acaso la del rictus de la muerte. Bordes negrísimos que develan el blanco del más allá de esa frontera. El de la ausencia del cuerpo. Blancos y ausencia en una poética sostenida en el vacío.

lunes, 6 de agosto de 2012

Serie Gambaro. El sabor de la víctima

La señora Macbeth, Griselda Gambaro, CCC, 2004. 


La señora Macbeth de Griselda Gambaro, esa reapropiación singularísima de La tragedia de Macbeth shakespereana, comienza con la preparación del convite que se ofrecerá al rey Duncan la noche previa a su asesinato. La descripción minuciosa de la mesa, los manjares, la vajilla, acentúan la sensualidad de la comida. El crimen se asocia a lo erótico.  La vajilla brillante espeja los actos tenebrosos que están a punto de suceder.
La mesa del banquete se convierte en la mesa del sacrificio, un acto sagrado.  La idea del banquete sacrificial, la carne de la víctima servida a la mesa, viene de lejos. En el siglo I d.C., Séneca toma como base el mito de Tiestes y escribe la tragedia homónima. En ella relata el banquete siniestro que Atreo le ofrece a su hermano Tiestes, dándole a comer sus propios hijos. El Tito Andrónico de Shakespeare  hace lo propio con Támora, reina de los godos.
La escena antropofágica reaparece cuatrocientos años después en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989), la película del británico Peter Greenaway. El ladrón descubre la infidelidad de su mujer y se venga cruelmente. Una cámara barroca avanza morosamente, transformando un restaurante en el espacio adecuado para la última cena. Se encomienda al chef cocinar el cadáver del amante, que es ofrecido al ladrón en un lúgubre y pantagruélico banquete.
Estos convites macabros están motivados por la venganza. No es el caso del  banquete sacrificial de la obra de Gambaro. Aquí el crimen suena como un acto casi inevitable. Es la naturaleza débil, pasiva, de Duncan la que desencadena los hechos. La víctima, pues, es la culpable.
El sacrificio y el amor-dice Bataille- se cruzan en la carne. La mesa de la señora Macbeth  servida con manjares de rey rezuma erotismo. El ciervo, la paloma asada. La protagonista fantasea con un banquete en que compartan la mesa los nobles y los miserables, también los niños pobres y los asesinos. Los pobres y los miserables -dice- no sabrán comer los manjares después de comer tanta bazofia y la mirarán “deseándola, deseando su bondad”.
Un detalle. La actriz dirá este parlamento acariciándose los pechos. La palabra en el cuerpo se ha vuelto teatro.
Más en El banquete de la víctima, Palos y Piedras disponible enhttp://www.centrocultural.coop/revista/articulo/90/. ISSN 1851-3263.