Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

jueves, 14 de junio de 2012

La materia de los sueños


Tempeste. Centro Cultural de la Cooperación
Lo primero es el naufragio. Una tormenta de lienzos traslúcidos y sonoridades habita el escenario. Minúsculos hombrecitos transparentes son arrastrados por un mar enfurecido. Este  murmullo de telas, pliegues y texturas, es la propuesta del grupo teatral Ensamble Tempeste y su recreación de La tempestad de William Shakespeare.
“El hombre que se desplaza modifica las formas que lo circundan”, dice Borges. Es cierto, aquí los actores forman escenografías que se despliegan a su paso. El propio cuerpo, ese lugar absoluto, el puro topos, es en esta estética cuerpo-espacio, cuerpo-ilusión. Los cuerpos de sus actores manipulan y son manipulados. Se expanden en cuerpos imposibles. Actores devenidos títeres, devenidos retablo.
Para  gozar plenamente de este teatro, el espectador debe dejarse llevar por el devenir de formas que se mueven. Shakespeare fragmentado vuelve en un lenguaje otro. Lo sobrenatural, lo mítico, el amor, las traiciones, la humanidad a la intemperie. Todo está ahí, en formas que se disuelven y reconfiguran. Se articulan teatro físico, danza y marionetas.
Títeres transparentes de cabezas multiformes marchan a intervalos despertando la risa cómplice del público. Su marcha, rígida y confusa, contrasta con  los otros personajes que se mueven como lazos. Sobre Próspero, envuelto en telas transparentes,  flamea una bandera de tela sutil que flota en el aire. El flamear a veces cambia el dibujo.
Lo mágico está en las figuras que se transfiguran. Ariel, el espíritu del aire al servicio del soberano, se desmaterializa, deviene luz. En oposición a Calibán, apegado a la tierra. Fernando, hijo del rey de Nápoles, estalla en un grito detrás de la tela. Sus formas se crispan. Fantasmagóricas. Miranda, la hija de Próspero, tan etérea con su traje con cintas que se derraman, tiene un aura de libélula. Danza su amor con Fernando. Sus pies se entrelazan encadenando su deseo. 
En el texto original, Próspero entierra su vara y resigna su poder. Aquí, es despojado de su transparencia. Como privado de la magia y la poesía, se vuelve una figura oscura, un titiritero que abandona la escena.

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