Hay quien dijo que lo más profundo es la piel. Como sea, la piel es la frontera con el mundo. La superficie de la belleza y el lugar de las heridas. Aunque lo disimule, el ojo también es piel. Una particularmente vulnerable. El exterior/interior se organiza en la mirada. Este espacio tiene que ver con la construcción de un modo de mirar. Una forma de subjetividad a través de un modo de mirar teatro.

domingo, 5 de febrero de 2012

Una voz en el aljibe


Salomé de Chacra, Mauricio Kartun
Un tinglado de chapa, un altarcito. El sonido del viento que arrastra la tragedia. El actor empuja trabajosamente el tinglado y se abre un retablo denso, recargado de flores artificiales, cabezas de vaca, cartas, jaulas, baldes, velas. “A lo bruto” empieza la historia. Así se abre esta trasposición “guasa” de la Salomé bíblica a la pampa argentina. Personajes llenos de sangre,  “puro salpique”.
Se repone en el Teatro San Martín  la Salomé de Chacra de Mauricio Kartun. En esta pieza lo sagrado y lo kitsch se articulan en un cocktail más que poderoso. Lo farsesco dice siempre más allá de lo que dice. 
Aquí el Bautista está encerrado en un aljibe. Su voz llega desde el pozo. Perturbadora. Más allá del tratamiento fabuloso del lenguaje, una marca Kartun, me atraparon las acciones teatrales. Múltiples. Sostenidas por una sólida estructura parecen naturales. Como el balanceo pendular de los cuerpos de los personajes o la concatenación entre el ritmo con que Osqui Guzmán dice “parejito” con el ritmo que mueve el zapato de taco de Salomé mientras juguetea con sus piernas en su trama de seducción.
Salomé quiere “ver” la voz del Bautista, su objeto de deseo. Quiere poseer esa voz: “ser mito en la cabeza del mito”.
 La danza mítica, aquí devenida el “bailecillo de siete pelos”, ocurre fuera de escena. Acaso porque pertenece al orden de lo que los trágicos griegos consideraban obsceno, lo que debe ocurrir fuera de la vista del espectador, como la muerte violenta. La danza de Salomé es “obscena” porque porta el germen del asesinato del Bautista. El narrador  nos la cuenta. En  su relato, el brazo de Osqui deviene el pelo de Salomé, un brazo que se agita más allá de la voluntad del personaje. El brazo incontenible es el pelo que se suelta, el deseo, el baile mismo, “el éxtasis rosé”. Su propio deseo que se cruza. Aparecen luego Salomé y Herodes. Los cuerpos sudorosos. Él lleva puesto el guante rosa, que condensa el deseo por Salomé que lo ocupa. Y Cochonga  sospecha: hay olor a fruta macerada.
Salomé besará finalmente la boca que se le rehúsa. La boca muerta en la cabeza del Bautista. Poseerá, sin embargo,  sólo los bordes de un agujero. Nunca la voz.